Le ponemos el nombre a nuestros hijos, como si nos pertenecieran, con la importancia etimológica y cultural que el nombre conlleva. De algún modo somos desde que nacen sus custodios, sus dioses lares en la tierra, y llevan nuestra impronta, costumbres y hábitos más que les pese, al igual que nosotros los de sus ancestros, durante toda la vida o buena parte de ella.
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