En 1922 el escritor irlandés James Joyce publicó lo que ha venido a
ser un antes y un después en la narrativa: Ulysses.
Esta obra es una radiografía total de la época
en que Joyce vivió de joven en su Irlanda natal, en concreto en la
ciudad de Dublín. Se la puede considerar una brutal ironía, en
negativo fotográfico, de la famosa Odisea homérica. Pues
narra las peripecias de Leopold Bloom (Ulises) a lo largo de un día
cualquiera (16 de junio de 1904), desde que sale de su casa hasta que
regresa a ella.
Los personajes son crudamente reales, rídiculos
muchas veces, en clara antítesis frente a las virtudes indómitas de
los héroes griegos. Quizá sin pretenderlo, Joyce comenzó a
introductir esa idea de desmitificación, tan cara a los teóricos
del posmodernismo actual.
Ulysses no tiene una única lectura. No en
vano está considerada una de las obras más complejas y difíciles
de leer. Está encuadrada dentro de la calificación de novela, pero
este término se le queda bastante estrecho, con todo lo que en sí
la novela es capaz de admitir. La técnica innovadora y por la que es
especialmente recordada es la del «monólogo interior». Técnica
que no inventó él, pero que llevó hasta extremos ininaginables.
Toda la trama está contada desde la cabeza de los personajes, el
lector asiste a esa maraña de pensamientos, sin orden pautado muchas
veces, y nos arrastra a través de ellos, dejándonos participar en
la historia como si formaramos parte de cada personaje.
En realidad Ulysses es una polifonía, más
cercano a un auténtico poema (plagado de metáforas, significados
velados y referencias dignas del Góngora de «Polifemo y Galatea»).
En ocasiones es un desafío para el lector, porque muchas relaciones
no están claras sin un mínimo (o máximo) de conocimiento sobre la
materia tratada.
A nivel estilístico es toda una exibición de
recursos. Cada capítulo está escrito con una técnica distinta. Los
primeros de un modo habitual, pero poco a poco empieza a despuntar.
Del monólogo interior, pasa a un capítulo totalmente experimental
donde se fusiona la música con los diálogos, como si de un
pentagrama se tratara. En otro adopta el formato teatral, pero con
acotaciones propias del cine más experimental. Ironiza sobre los
diversos estilos de la narrativa británica, desde sus inicios
medievales hasta la actualidad, a la vez que hace un símil con las
fases de la gestación de un niño que está por nacer. Crea un
análisis total, con preguntas y respuesta-descripción de los
motivos de los personajes, como si de un análisis fenomenológico se
tratase. Y para traca final, el último capítulo trata sobre el
monólogo interior de Marion Bloom (Penélope), donde hay carencia
total de signos de puntuación, vagando libre su pensamiento.
Como referencia a La Odisea.
Aunque Ezra Pound ya dijo que esto no era lo más importante (y estoy
con él), la interpretación de G.E. Eliot sigue siendo la que más
se acepta. Una relación muy sucinta es la siguiente: (Cuidado
spoiler).
Stephen Dedalus (Telémaco) vaga los tres primeros
capítulos sin rumbo fijo.
Leopold Bloom (Ulises) le prepara el desayuno a su
mujer (Marion, Penélope). Y sale de casa entre otras cosas a un
entierro (visita al Hades). Acude al trabajo. Pasa por la biblioteca.
Va a un bar (las sirenas) donde cantan al piano entre otros Simon
Dedalus (padre de Stephen). Bloom sabe que su mujer le va a ser
infiel con Boylan, un tratante de conciertos (Marion es soprano) esa
misma tarde. Acude a una taberna donde hablan de nacionalismo
irlandés, y al salir el contertuliano le lanza a Bloom lo que lleva
entre manos, mientras este y unos camaradas se van en una berlina
(escena del Cíclope). A la noche, siguiendo a Stephen, se mete en un
lupanar (escena de Circe) donde lo rescata y se lo lleva a casa para
que descanse y duerma (vuelta a Ítaca).
Marion Bloom (Penélope) reflexiona sobre su vida
con Bloom, su pasado y sobre la escena de infidelidad con Boylan, de
la que no se arrepiente para nada.
La grandeza de la obra no radica en el esquelético
esquema antihéroe homérico, sino en la psicología de cada
personaje. Los temas que se van tratando son múltiples: muchísimos.
Bloom es de origen judío (judío errante). Dedalus (que es el mismo
Joyce) tiene una fuerte formación jesuítica: los temas de teología
surgen a borbotones de su boca, así como todo lo relacionado con
Shakespeare y sus obras; con muy interesantes intuiciones que hoy día
aceptan los exégetas del dramaturgo inglés.
La cuestión de la independencia de Irlanda, con
todos los políticos, reyes, filósofos y santos (de ese momento y
del pasado) desfilan por la obra con plena naturalidad y sin carta de
presentación.
En sí la obra es un juego incansable de palabras,
un auténtico chiste, es una parodia del ser humano común, mostrado
en su desnudez psicológica. Bloom que al principio puede caer
simpático, luego no es que caiga mal, sencillamente produce
compasión. Es un Ulises cornudo, del que todos se ríen, que va
alardeando de conocimientos técnicos y que es un obseso sexual. El
sexo, los fetiches, las fantasías y la masturbación rondan por toda
la obra increscendo hasta el final. Stephen es un pedante de
mucho cuidado, al que no se le entiende ni jota al principio, pero
que luego comprendes que es un ser abandonado, del que su padre no se
preocupa lo más mínimo, que incluso tiene que darle dinero a sus
hermanas para malvivir, y que arrastra un trauma personal ante la
muerte de su madre, ante la cual no quiso cumplir su última
voluntad.
Marion es hija de un militar gibraltareño y de
madre española desconocida. El capítulo con que se cierra el libro
es todo un grito de independencia por parte suya, que invita a la
reflexión más profunda, tocando temas cercanos al movimiento
feminista.
La descripción total y absoluta que hace de los
actos más tabúes, es de las cosas que más sorprenden. Por eso es
una radiografía: desde ir al baño y limpiarse el culo con el relato
ganador de un periódico; hasta las evacuaciones de la menstruación
en una bacinilla. No obstante, no es un libro obsceno, es
descarnadamente objetivo, no maquilla.
Por tanto las lecturas del mismo se pueden
multiplar incesantemente, porque abarca toda nuestra naturaleza.
Como curiosidad, en Dublín cada 16 de julio se
celebra el "Bloomsday". Donde cientos de personas repiten
el periplo de Leopold Bloom, comenzando con el mítico desayuno de té
con tostadas con mantequilla y riñón de cerdo asado rallado por
encima, entre otras menudencias porcinas.
Jesús Gutiérrez Lucas
Análisis personal de Ulysses tras su lectura
en enero de 2017