Acabo de leer Cuatro poetas en guerra de Ian Gibson, donde el
insigne hispanista nos expone las vicisitudes de Machado, Jiménez,
Lorca y Hernández. Un amplio muestrario de las diferentes clases
sociales de aquella España. Y no puedo dejar de admirarme de la
grandeza y entereza de Miguel Hernández: claro ejemplo de un
luchador infatigable; que creyó en sí mismo y en sus posibilidades,
que dio su vida por lo que creía y no abjuró de sus ideas; siendo
abandonado vilmente a su suerte por otros voceros de ideologías que
a la hora de la verdad, solo vieron en él a un pobre pastor que
tenía ínfulas de poeta. Ya dijo José Luis Ferris, su mejor
biógrafo (en mi opinión) «que era un claro ejemplo de valores para
la juventud de hoy día».
El otro poeta digno de
admiración es Machado, toda una lección de estoicismo y de entrega
a través de su pluma, para animar al que entonces era el legítimo
gobierno de España. La angustia de un hombre ya enfermo (su salud
no era para nada robusta), cruzando hacinados en una ambulancia los
diferentes pueblos de Cataluña, por empinadas cuestas a veces y con
lluvia, hasta llegar a la frontera. Dependiendo de la hospitalidad
de gente desconocida, pues en la ambulancia tuvieron que dejar su
escaso y «ligero equipaje». Para finalmente morir en Colliure,
pueblecito francés a las pocas semanas, yéndose su madre con él a
la tumba tres días después.
Lo de Lorca es mucho más conocido. Ensañamiento
crudo y duro. La muerte artística más atroz de todo el siglo
pasado. Las presiones internacionales hicieron que su obra completa
se pudiera editar en 1954 en el famoso sello Aguilar. Pero todo lo
que sonara a él, era perseguido y despreciado. Poseer libros de
Lorca era peligroso; algo impensable hoy día.
Podría haberse salvado: el hermano del poeta
Luis Rosales, José Rosales, destacado falangista, consiguió una
orden de indulto para el preso Lorca. Pero el comandante Valdés,
que estaba al cargo del asunto, mintió diciendo que ya era tarde,
que García Lorca no se hallaba en dichas estancias; cuando esa
misma noche salía en dirección a Víznar, el lugar de sus últimos
instantes de vida.
Uno de los guardias que lo fusilaron dijo: «le dimos dos tiros en el culo, por maricón». Un ejemplo espeluznante y desgarrador de la barbarie en estado puro.
Uno de los guardias que lo fusilaron dijo: «le dimos dos tiros en el culo, por maricón». Un ejemplo espeluznante y desgarrador de la barbarie en estado puro.
Y finalmente Juan Ramón Jiménez, que
francamente no entiendo que hace en esta selección. Realmente
Unamuno, otro mártir, que acabó sus días «encerrado» en su
casa, muriendo al poco de empezada la contienda bélica, hubiera
tenido mejor cabida. Juan Ramón es trágico en el sentido de que
sigue siendo el poeta desconocido. Su gran obra interrumpida por la
guerra sigue sin formar un corpus coherente y total, siendo ingente
la cantidad de material inédito de un hombre que dedicó toda su
vida a la poesía.
No en vano recibió el Nobel en 1956, muriéndose
a los pocos días su compañera sentimental Zenobria Campubrí, una
gran intelectual y apoyo incondicional del poeta durante su largo
matrimonio. Muriendo él a los dos años, ambos en el exilio.
Lo dicho cuatro vidas, de cuatro insignes poetas,
cuya voz fue sesgada por la barbarie de una guerra fratricida, o
como en el caso de Juan Ramón mutilada.
Jesús Gutiérrez Lucas
19 de marzo de 2017
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