lunes, 30 de septiembre de 2019

Cuatro poetas en guerra de Ian Gibson

Acabo de leer Cuatro poetas en guerra de Ian Gibson, donde el insigne hispanista nos expone las vicisitudes de Machado, Jiménez, Lorca y Hernández. Un amplio muestrario de las diferentes clases sociales de aquella España. Y no puedo dejar de admirarme de la grandeza y entereza de Miguel Hernández: claro ejemplo de un luchador infatigable; que creyó en sí mismo y en sus posibilidades, que dio su vida por lo que creía y no abjuró de sus ideas; siendo abandonado vilmente a su suerte por otros voceros de ideologías que a la hora de la verdad, solo vieron en él a un pobre pastor que tenía ínfulas de poeta. Ya dijo José Luis Ferris, su mejor biógrafo (en mi opinión) «que era un claro ejemplo de valores para la juventud de hoy día».

El otro poeta digno de admiración es Machado, toda una lección de estoicismo y de entrega a través de su pluma, para animar al que entonces era el legítimo gobierno de España. La angustia de un hombre ya enfermo (su salud no era para nada robusta), cruzando hacinados en una ambulancia los diferentes pueblos de Cataluña, por empinadas cuestas a veces y con lluvia, hasta llegar a la frontera. Dependiendo de la hospitalidad de gente desconocida, pues en la ambulancia tuvieron que dejar su escaso y «ligero equipaje». Para finalmente morir en Colliure, pueblecito francés a las pocas semanas, yéndose su madre con él a la tumba tres días después.

Lo de Lorca es mucho más conocido. Ensañamiento crudo y duro. La muerte artística más atroz de todo el siglo pasado. Las presiones internacionales hicieron que su obra completa se pudiera editar en 1954 en el famoso sello Aguilar. Pero todo lo que sonara a él, era perseguido y despreciado. Poseer libros de Lorca era peligroso; algo impensable hoy día.
Podría haberse salvado: el hermano del poeta Luis Rosales, José Rosales, destacado falangista, consiguió una orden de indulto para el preso Lorca. Pero el comandante Valdés, que estaba al cargo del asunto, mintió diciendo que ya era tarde, que García Lorca no se hallaba en dichas estancias; cuando esa misma noche salía en dirección a Víznar, el lugar de sus últimos instantes de vida.
Uno de los guardias que lo fusilaron dijo: «le dimos dos tiros en el culo, por maricón». Un ejemplo espeluznante y desgarrador de la barbarie en estado puro.

Y finalmente Juan Ramón Jiménez, que francamente no entiendo que hace en esta selección. Realmente Unamuno, otro mártir, que acabó sus días «encerrado» en su casa, muriendo al poco de empezada la contienda bélica, hubiera tenido mejor cabida. Juan Ramón es trágico en el sentido de que sigue siendo el poeta desconocido. Su gran obra interrumpida por la guerra sigue sin formar un corpus coherente y total, siendo ingente la cantidad de material inédito de un hombre que dedicó toda su vida a la poesía.
No en vano recibió el Nobel en 1956, muriéndose a los pocos días su compañera sentimental Zenobria Campubrí, una gran intelectual y apoyo incondicional del poeta durante su largo matrimonio. Muriendo él a los dos años, ambos en el exilio.

Lo dicho cuatro vidas, de cuatro insignes poetas, cuya voz fue sesgada por la barbarie de una guerra fratricida, o como en el caso de Juan Ramón mutilada.

Jesús Gutiérrez Lucas
19 de marzo de 2017

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